Tener dientes sanos en la España rural también es posible

dentista

Tengo 17 años y vivo en un pueblo rural tan pequeño que, cuando digo el nombre, la mayoría me responde que no sabe dónde narices está, ni les suena el nombre. Está en la Comunidad de Madrid, pero no tiene nada que ver con la idea que se tiene de Madrid. Aquí no hay semáforos, no hay centros comerciales, no hay bares modernos… y lo que más se escucha son los tractores. Y me encanta, aunque no haya las cosas que debería haber, me encanta vivir alejada de los demás y en mitad de la naturaleza.

Lo que tampoco hay, y eso me ha afectado más de lo que pensaba, es un dentista. No tener dentista cerca es algo que mucha gente de ciudad no entiende. Cuando digo que para ir al dentista tengo que hacer una hora de coche o coger dos autobuses, la gente se sorprende. A mí ya me parece normal, porque lo llevo haciendo desde pequeña.

Pero normal no debería ser.

 

Cuando el dolor de muelas no espera

La primera vez que me dolió una muela de verdad fue a los 13. No era un dolor leve, era uno que no me dejaba dormir. Lo típico: llamamos al centro de salud del pueblo y, como siempre, nos dijeron que allí no tenían dentista, que había que pedir cita en el centro médico de la ciudad más cercana. Esa ciudad está a unos 50 kilómetros.

Mientras tanto, empecé a informarme como pude. Busqué en internet y contacté con varios dentistas para explicar lo que me pasaba. Uno de los sitios a los que escribí fue la Clínica Dental CIPEM, especialistas en odontología en Pozuelo de Alarcón. Me respondieron rápido y fueron muy amables. Por lo que les conté, me dijeron que tenía toda la pinta de ser una caries avanzada. Me recomendaron que no dejara pasar el dolor, que evitara comidas muy frías o calientes, y que tomara analgésicos con regularidad hasta poder ir a una consulta presencial.

Mi madre no tiene coche y mi padre trabaja casi todo el día con el tractor o en el campo. Al final, la solución fue esperar al sábado, cuando un tío mío podía llevarme en coche. Yo con la cara hinchada y tomando ibuprofeno cada ocho horas. La dentista que me atendió me dijo que no entendía cómo había aguantado tanto. Yo tampoco, la verdad, porque el dolor era insoportable.

 

Ir al dentista es organizar media semana

Para nosotros, ir al dentista no es solo salir de casa y aparecer en la consulta, ¡ojalá! Es pedir cita con semanas de antelación, buscar a alguien que pueda llevarte o mirar combinaciones de autobuses que no siempre cuadran, porque encima no pasan tantos autobuses como para poder depender de ellos, qué va. Si tienes que ir al dentista por la mañana, pierdes todo el día de clase. Si es por la tarde, llegas de noche.

Mis padres siempre han intentado que me cuide los dientes, pero no es fácil cuando cualquier visita al dentista implica un gasto en gasolina, tiempo y favores. No vamos a hacernos limpiezas cada seis meses, como recomiendan. Vamos cuando hay una caries, un dolor o algo que no se puede dejar pasar.

 

Cuidarse en casa porque no queda otra

En mi casa aprendimos que, si no queremos problemas, hay que cuidarse los dientes lo mejor posible. Me cepillo tres veces al día, uso hilo dental (aunque a veces se me olvida), y no tomo chucherías tan a menudo. No por salud, sino por miedo a tener que acabar yendo de urgencia al dentista.

He aprendido a reconocer una caries, a identificar el principio de una inflamación, y a usar colutorios con flúor de los buenos.

No lo hacemos por costumbre, lo hacemos porque, sinceramente, no tenemos otra opción.

 

Amigos con ortodoncia, yo con resignación

Cuando llegué a la ESO y vi que varios compañeros del instituto tenían brackets, me dio envidia. Yo tenía los dientes torcidos y sabía que necesitaba ortodoncia, pero era un gasto enorme y un compromiso mensual de visitas al dentista. Imposible para nosotros.

Mis padres me dijeron que, si quería, podíamos mirar opciones, pero sabía que era complicarse mucho la vida. Me aguanté. Ahora me veo en el espejo y no me gusta del todo mi sonrisa, pero al menos no tengo dolores. Y eso ya es algo.

 

Un pueblo sin recursos básicos

Nuestro pueblo no es que esté olvidado, es que parece que nunca lo recordaron. No hay farmacia abierta todo el día, no hay pediatra fijo, y menos aún dentista. La unidad médica que viene lo hace una o dos veces por semana, y es solo para lo básico.

Muchos vecinos mayores se han ido a vivir a pueblos más grandes porque aquí ya no hay nada. Las pocas familias que quedamos nos apañamos como podemos, pero todo lo relacionado con la salud es una odisea.

Y lo bucal, ni te cuento.

 

La primera vez que fui sola

Con 16 años me atreví a ir sola al dentista. Cogí un autobús a las 7:00, hice transbordo en otro pueblo y llegué a la ciudad a las 10:00. La cita era a las 11:30. Esperé en una cafetería, hice los deberes y traté de no quedarme dormida.

Me sentí mayor por primera vez, pero también un poco sola. Todo eso solo para que me hicieran una limpieza y me dieran una cita para seis meses después.

Volví a casa a las 15:00. Había perdido un día entero, pero sentí que al menos me había cuidado un poco. Y eso, en mi caso, no es poca cosa.

 

A veces toca improvisar

Una vez, se me cayó un empaste y mi madre llamó a una antigua vecina que vive en la capital. Me dijo que si podía irme unos días con ella, aprovechaba y me atendía su dentista. Así lo hicimos. Me quedé tres días, me arreglaron el empaste y me hicieron una revisión completa. Todo por 90 euros, que para nosotros es un dineral. Pero fue mejor eso que arriesgarme a una infección, la verdad.

 

Cuando vives en el campo, todo es distinto

Muchos piensan que vivir en el campo es tranquilidad y vida sana. Puede ser, pero también es mucha distancia, pocos servicios, y un constante apáñate como puedas. Tener dientes sanos es casi un milagro.

En los coles de ciudad te vienen a dar charlas sobre salud bucodental. A nosotros no vino nadie. En las farmacias de barrio hay colutorios, hilos, cepillos eléctricos y mil marcas de pastas. En la tienda del pueblo hay una marca de pasta de dientes, y punto. Si quieres otra cosa, tú verás cómo la consigues.

 

Un problema que no se ve

No tener dentista en el pueblo parece un detalle menor, pero no lo es. Las consecuencias se notan con los años. En mi familia hay personas mayores que han perdido dientes por no poder hacerse revisiones a tiempo. Hay jóvenes con caries sin tratar porque no quieren o no pueden ir hasta la ciudad. Y hay mucha resignación, como si ya se asumiera que esto es así y punto.

Yo no quiero conformarme. No quiero que lo normal sea ir al dentista solo cuando ya no hay otra opción. Me gustaría que en el futuro mi pueblo tuviera algo tan básico como un servicio dental, aunque sea una vez por semana.

 

Pequeñas soluciones que ayudan

En el instituto de la ciudad me apunté a unas charlas sobre higiene bucal. Me dieron un cepillo, una pasta y una hoja con consejos. Me pareció poco, pero algo es algo. Desde entonces he hablado con compañeros del pueblo y hemos empezado a compartir recursos. Si alguien va a la ciudad, trae cepillos o colutorios para varios. Así vamos tirando.

También he empezado a seguir cuentas de dentistas en redes sociales. Algunas explican muy bien cómo detectar problemas a tiempo, qué comer, qué evitar, y cómo cuidarse mejor. Me parecen muy útiles, y ojalá más gente del pueblo las viera.

 

Sueño con ser dentista rural

Aunque suene raro, desde hace un tiempo me ronda por la cabeza estudiar para ser dentista. Me gustaría volver al pueblo y montar una pequeña clínica. No sé si es un sueño posible, porque es caro, largo y complicado. Pero me parece una manera de devolverle algo a la gente de aquí.

A veces pienso que si yo hubiera tenido una dentista en el pueblo, mi sonrisa sería otra. Pero también pienso que, gracias a todas las dificultades, he aprendido a cuidarme sola, a buscar soluciones y a no rendirme fácilmente.

 

No somos menos por vivir lejos

Quiero terminar diciendo que vivir en un pueblo no debería significar vivir con menos salud. No es justo que por el hecho de estar alejados tengamos menos acceso a algo tan básico como la atención dental. No pedimos lujos, pedimos lo necesario.

Yo me voy a seguir cuidando, seguiré viajando a la ciudad cuando haga falta, y seguiré diciéndole a quien quiera escuchar que no tener dentista cerca no es una tontería. Es un problema real. Y como tantos otros que hay en los pueblos pequeños, necesita soluciones de verdad.

Mientras tanto, seguiré con mi cepillo, mi hilo dental, y ese botecito de colutorio que me dura el triple, pero que trato como si fuera oro. Porque cuidar mis dientes, aquí donde vivo, es mucho más que una rutina. Es una forma de no rendirme.

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